Se trata de una comedia de enredo clásica del siglo de Oro escrita en verso, original de Agustín Moreto.
Es un texto fluido, ágil, con un enredo divertido, que posee unos personajes típicos de la comedia del siglo XVII:.
El galán, un capitán del ejército en activo, de permiso en Madrid. Hombre curtido y avispado, algo pícaro, que por amor se ve envuelto en una maraña de peripecias, que tras un prolongado suspense, conducen a un final feliz.
El gracioso, que acompaña en su periplo al anterior, es un alférez malhumorado y agresivo, compañero de la vida arriesgada, lo que ha creado una relación que a veces es ácida y otras entrañable, llena de humor y de profundos entendimientos entre ellos que unas veces son cariñosos y otras ácidos.
La dama, (Ruth Núñez) hermosa y lista, audaz, mujer por los cuatro costados, en este caso tiene que agudizar su ingenio, ya que su antagonista es otra mujer. Exponente de una feminidad aguda y abierta.
La criada, ingeniosa y con la naturalidad del sentido común.
Dos galanes que ejercen la función de crear suspense y conflicto, así como de aumentar la hilaridad de las situaciones.
Un padre, que aquí es tío y que proporciona la gravedad de la madurez.
La viuda, una dama de edad, que resulta ser el primer figurón femenino y, para mí, el mejor ideado. Coqueta y libidinosa, pero que detenta el poder económico y social.
Un segundo gracioso, éste más simple, cercano al bufón shakespeariano más que al gracioso español. Personaje que busca la comicidad en sí mismo a través de chistes y retruécanos.
Fundamentalmente, es una comedia divertida. Su título, magnífico y estupendamente gráfico que el autor nos ha brindado, permite amalgamar una serie de términos que la realidad social ha hecho cotidianos en estos últimos tiempos; palabras que penden flotantes en el éter que respiramos cada día: privatización, desahucio, corrupción, enojados, asamblea, escrache,… Elementos que de alguna manera tienen cabida en el espectáculo. Un montaje que va dirigido al público, receptor directo de la representación. Espectadores vivos, integrados en las realidades de la vida. Para dar una expresión material, estética, acudimos a dos grandes artistas plásticos del siglo XX, en el estudio de cuya obra basamos la concepción escenográfica y de vestuario y ambientación: Salvador Dalí y Jean Giraud (Moebius). Las escenas que se plasman son mentales y tienen su proyección en espacios surreales, que resultan los más apropiados para expresar en diferentes niveles de lenguaje la complejidad de los mensajes que se emiten.
En definitiva, pretendemos conseguir una diversión en todo el amplio significado de la palabra.
Extracto de la web joseluismatienzo.com