Escenas de Ruth Núñez en La enfermedad de la juventud. Acto 3.

Acto 3 º

Escena 1ª, acto III: Federico, María, Desirée y Alt.

F.- Me duele el hígado.

A.- Pues deja de beber.

D.- Un día de estos te va a dar un infarto. Va siendo hora de que te cases.

F.- ¿Quieres casarte conmigo, María?

M.- (Ríe) Idiota.

D.- Lo dice en serio.

F.- Muy en serio. Seríamos una pareja ejemplar.

D.- María quiere pensarlo. Cada día te aprecia más.

F.- Me enmendaré.

D.- Se enmendará.

F.- Dejaré de beber.

D.- ¿Por qué no le contestas?

F.- (Levantándose) Uno tiene que aburguesarse conscientemente y en el momento oportuno.

D.- ¡Estupendo! Sus intenciones son honestas. (María la mira) El hígado le ha hecho entrar en razón. No creas que me río.

F.- (Retorciéndose) ¡Cómo duele!

D.- No me mires así, Marion.

A.- ¿Qué significa el dolor?

F.- (A María) Piénsalo.

M.- Déjame en paz.

F.- Necesito que cuiden de mí. A mi no me gusta trabajar. A ti en cambio, sí, de modo que nos complementamos muy bien. Me comprometo a romper con Lucy en cuanto te decidas.

D.- ¿Aún sigues con Lucy?

F.- Supera todas mis esperanzas.

M.- Pues cásate con ella.

F.- No soy un chulo.

D.- (A María) Lo interpretas mal.

M.- ¿Te gusta la broma?

D.- Uno se aburguesa o se suicida. Otra salida no hay. Y no bromeo.

F.- Y ahora sabes que beso bien…

M.- (Ríe) Estáis locos los dos.

F.- Acaso es mentira.

D.- ¿Cuándo la has besado?

F.- Anoche.

M.- Tú estabas delante.

D.- No lo recuerdo.

M.- Tú misma nos incitaste hacerlo.

D.- Estás soñando.

M.- Insististe tanto Desy, que a final tuve que besarlo.

D.- No lo recuerdo en absoluto.

M.- Uno olvida fácilmente lo que hace en la borrachera.

F.- Cada vez que aspiro siento una puñalada. ¡Qué mierda!

D.- ¡Silencio! Alt duerme.

A.- El dolor no significa un cambio orgánico en los tejidos. El soldado, con balas en el cuerpo, sigue corriendo como si nada.

D.- Pero si alguien te pisa el pie gritas.

A.- Y cuando los tubérculos consumen tus pulmones tampoco sientes nada. El dolor es un fin en sí mismo.

M.- (Mira a Desirée)

D.- Ya no bailo contigo.

M.- (Ríe) Ya estás harta de mí.

D.- No dejes de contestar a Federico.

A.- Una excitación, un proceso espiritual, una autosugestión con refinada interrupción, en el momento en que nos ponemos a gritar.

F.- Necesito un baño caliente (Sale)

M.- (En voz baja) ¿Estás harta de mi? (Desirée calla) Dilo tranquilamente.

A.- La vida de nuestro sistema nervioso transcurre entre los dos polos del dolor y del sueño. Los amamos a los dos. Ambos, y también el perfecto no-ser, son satisfacciones de nuestra existencia.

D.- Conozco la solución para unir los dos extremos. (Alt la mira) Dolor y sueño al mismo tiempo. ¡Sigue, Alt! Otra taza de té, por favor. (María le llena la taza) Más azúcar y whisky. (A Alt) ¿Sabes cuál?

M.- ¿Qué debe saber?

D.- Tranquila, “baby”, mas vale que pienses en tu poeta.

M.- ¡Ése!

D.- Si no actúas pronto, se casarán.

M.- Yo misma le pondré la corona de azahares.

D.- Petrell le será fiel hasta la tumba. La protesta masculina de Irene le impresionará hasta que sea abuela. Date prisa, Marion.

M.- ¿Me quieres mandar a paseo?

D.- Eres una naturaleza constante María. Solo quiero que tengas seguridad.

M.- Me las arreglaré sin tu ayuda.

D.- Siempre queda la propuesta de matrimonio de Federico.

M.- (LA abraza) Desde hace unos días, a Desirée le gusta regañar.

D.- (Librándose) Suéltame.

M.- Pero se le pasa pronto.

D.- Me hace escenas conyugales. Hay mujeres que no pueden prescindir de la atmósfera conyugal, aunque vivan con una mujer.

M.- Hoy estás de mal humor.

D.- A la larga, esas cosas se hacen insoportables. Debes perder esa costumbre.

M.- Dame un beso.

D.- No quiero. Siéntate. (María se sienta) Me recuerda a un empresario que quería casarse conmigo. Se enamoró de mi porque un día, sin pensar en nada especial, me acosté con él. La noche que iba a ver a una prostituta, la pasaba como si estuvieran casados: le hablaba de su madre, de sus negocios, y del gobierno.

M.- Me voy a comprar un abrigo de paño gris, estilo masculino.

D.- Mañana tienes que ir a probarte la chaqueta.

M.- Sí, mañana por la tarde.

D.- Cuida que no te corten el chaleco demasiado bajo. Será mejor que te acompañe.

A.- ¿Dónde habéis comprado esos pijamas? Os quedan muy bien.

D.- Especialmente a Marion (Tierna) El azul la hace todavía más encantadora. Se lo elegí yo. Le va muy bien al color de tu pelo. (La besa)

M.- Ya nos reconciliamos.

D.- María siempre tiene que dejar constancia.

M.- No volveré a hacerlo.

D.- Eso es lo espantoso.

M.- ¿Lo espantoso?

D.- El registrar. Sacar conclusiones. La interminable serie de hábitos. La vida matrimonial. Es asfixiante.

A.- Di de una vez: ¿qué te pasa?

D.- Déjame en paz.

A.- Te meteré el dedo en la garganta.

D.- Gracias.

A.- Todo el mundo necesita desahogarse de vez en cuando. Ir psíquicamente al retrete.

D.- Ahora me toca a mí.

A.- (Severo) No se debe desertar.

D.- ¡Que me importan los principios éticos!

A.- No se trata de un principio ético, sino del único deber moral frente a los demás seres humanos.

D.- Ahora te pones sentimental.

A.- Puedes hacer contigo lo que te dé la gana. Pero la premisa existencial, el único modo de negar la locura de nuestra existencia, consiste en que cada cual viva su vida hasta el final. Hasta es preferible que asesine a otro.

D.- Es la primera vez que te oigo sentencias altisonantes.

M.- No se trata de una sentencia altisonante, sino del único sentimiento divino que hay en nosotros.

A.- ¡Consígueme cocaína!

D.- Esta vez no nos entendemos. Federico me entiende mejor.

A.- Federico no se matará nunca. Le gusta la vida. Sin embargo, no impedirá que otros se suiciden.

D.- Cocaína no. Pero sí una buena dosis de veronal. Una se adormece lentamente, se pierde en profundidades cada ve más grandes… y, al fin, todo acaba.

M.- ¿Tan extraña sigo siendo para ti?

D.- ¡Marion!

M.- Esas ideas solo se le ocurren a una cuando todos los demás le son indiferentes.

D.- (Cariñosa) No te pongas triste, Marion.

M.- (Sonríe) Solo dejo constancia, una vez más.

D.- No te pongas triste.

M.- ¿Sigo siendo una extraña para ti?

D.- Probablemente todos seguís siendo extraños para mí.

M.- Tú no eres una extraña para mí.

D.- Somos naturalezas distintas. A ti, en el fondo, nadie te es extraño, a mí todos… Ya lo probamos y no dio resultado.

A.- Volved a intentarlo.

D.- No. María no es la persona apropiada, y no tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta.

M.- (Asiente) No soy apropiada.

D.- Hace cuanto le pido, pero no acierta.

M.- No soy apropiada.

D.- La primera noche que te lleve á a mi cama tuve realmente la sensación de poseerte. Pero no fui yo, sino el dolor…

M.- ¡Cállate!

D.- Siente vergüenza de ti. Alt no es un hombre, es una mujer frustrada. Podrías desnudarte ante él tranquilamente…

M.- Calla de una vez.

D.- Tuve mucha paciencia contigo, cariño. Más de la que hubiera tenido con un hombre.

M.- ¡Qué le voy a hacer! No soy un hombre. De pequeña jugaba con muñecas, no con un sable y un caballo de palo.

D.- ¡Pobre amante mía, tan ingenua e inocente!

M.- (En voz baja) Me hace falta la ilusión del hombre.

D.- ¿Eres desgraciada?

M.- Sí.

D.- También yo he sufrido decepciones contigo.

M.- Sí.

D.- (La besa y se funden en un abrazo. Pausa) ¿Cuál es nuestro objetivo? Dentro de dos años me licenciaré, igual que tú. ¿Es ese el ideal? ¿Con qué estás soñando?

M.- Yo no estoy soñando.

D.- ¿Médica en un hospital con olor a yodoformo y ácido fenico para toda la vida?

M.- En otro tiempo eso me parecía música celestial.

D.- El contacto más repugnante con personas extrañas y malolientes para toda la vida.

M.- En otro tiempo me parecía música celestial, poder mitigar el dolor de miles de seres humanos.

D.- Jamás he creído en los otros. ¡Qué absurdo perderse a sí misma por los demás! Aunque se les mitigue un dolor, prefieren estar solos.
Escena 2ª, acto III: Lucy, Desirée, María y Alt.

L.- (Ligeramente bebida) ¿Queréis algo? Voy a salir.

D.- ¿De dónde has sacado todo eso?

L.- Si queréis algo…

M.- ¿Vas a salir?

L.- Tengo que salir.

D.- ¿Sola?

L.- No me dejan sola mucho tiempo.

D.- ¿Quién no te deja sola?

L.- Cualquiera. No importa quién sea.

D.- Siéntate aquí con nosotros.

L.- No puedo. Se me hace tarde.

D.- Quédate un poco, a ver si nos animas. Estamos tristes.

L.- Yo nunca estoy triste. ¡La vida es tan hermosa! (De pronto) Vuelvo enseguida. (Sale)

D.- Pobre criatura… Y, sin embargo, la envidio.

M.- ¿Cómo lo consigue Federico?

A.- ¿Federico?

M.- (Asiente) No tener que pensar más en sí misma. Quitarle a una la voluntad de modo que se sienta custodiada y deje de existir para sí misma.

D.- Tú nunca te echarías a la calle.

M.- ¿Pero… librarme de mí misma?

D.- Yo podría seguir el ejemplo de Lucy por propia voluntad, sin ayuda de Federico.

(Entra Lucy con una botella de whisky y varios vasos)

D.- Ya tenemos whisky.

L.- Éste es muy bueno.

A.- ¿Dónde lo has conseguido?

L.- Puedo traer otra más.

D.- Eres un amor.

L.- (A Desirée) Quiero brindar contigo.

M.- (Ríe) Nosotras dos, que somos de Passau.

L.- (Ríe) Ya me olvidé de Passau.

M.- ¿Y tu novio?

D.- ¿Tiene novio?

M.- En Passau. (Ríen las dos)

L.- Reíros, no me importa. (A Desirée) Ya no te odio.

D.- (Sorprendida) ¿Tú me odiabas?

L.- Mucho.

D.- ¿Por qué? (Lucy calla)

M.- Me siento miserablemente.

A.- Acuéstate en mi cuarto.

D.- ¿Ahora ya no?

L.- Ya no. No comprendo a Federico.

D.- ¿Qué es lo que no comprendes?

L.- Que ya no te quiera. Eres tan bella.

D.- Pero te alegra.

L.- Soy feliz.

D.- ¿Lo quieres mucho?

L.- No se puede querer más.

D.- ¡Qué hermoso! ¡Bésame! (La abraza)

A.- Con todos sus excesos, sigue siendo una niña.

D.- (Pone un disco) Bailemos.

L.- El doctor no baila.

D.- ¿Tiene que venir Federico a buscarte?

L.- Voy sola. Se fía de mí.

D.- ¿Te quita el dinero?

L.- Ni una moneda, a pesar de que todo se lo debo a él.

D.- ¿Ganas mucho?… Cuéntanos.

L.- Depende.

D.- Cuéntanos… ¿Quién te dio el abrigo y los cosméticos para la primera noche?

L.- (Ríe) Entonces tenía tanto miedo…

D.- Cuenta…

L.- Hay uno que quiere casarse conmigo.

D.- ¿Y tú?

L.- (Ríe) Que espere sentado.

D.- Deberías alquilar un pequeño apartamento.

L.- No.

D.- La señora Schimmelbrot acabará por saberlo.

L.- No le tengo miedo.

D.- ¿Cuántos años tienes?

L.- Dieciocho.

D.- ¿Y conoces a muchos tíos?

L- ¡Ya he perdido la cuenta!

D.- ¿Te vas con cualquiera?

L.- Ni lo miro.

D.- ¿Pides mucho dinero?

L.- Ayer le saqué a uno la billetera mientras dormía. Quería saber quién era.

D.- Espléndido. ¿Y quién era?

L.- (Ríe) Un boxeador.

D.- (De súbito) Te acompaño un rato.

L.- (Con miedo) No. Entonces nadie se acercaría a mí.

D.- Me pintaré igual que tú.

L.- Pero no podemos ir juntas.

D.- No tengas miedo. Hay hombres que quieren dos mujeres a la vez.

L.- Eso aún no lo he probado.

D.- Hay muchas cosas que todavía no has probado. Un momento, Lucía, mientras me visto.

M.- ¿Vas a cambiarte?

D.- Me voy con ella.

M.- ¡Eres mi marido!

D.- (Pausa) ¿Para qué la habré tenido alguna vez?

A.- Ven conmigo, Lucy.

D.- (Ríe) No dejaré que me retengáis.

M.- Tendrás que matarme.

D.- Quiero irme al arroyo.

M.- Desy…

D.- (Imitándola) Desy… Quiero irme al arroyo (Entra en su cuarto)

L.- (Asombrada) ¿Al arroyo?

A.- Ven.

L.- Pero yo no soy una mujer del arroyo.

A.- Claro que no.

L.- A mí no me insulta nadie.

A.- Por supuesto.

L.- Se lo pienso decir a Federico.

A.- Sí, díselo.

L.- Porque la mandó a paseo.

(María entra en la habitación de Desirée)

A.- Eso es lo que no puede digerir. Ven conmigo, rápido. (Salen)
Escena 3ª, acto III: María y Desirée.

(María y Desirée hablan en el cuarto contiguo)

M.- ¡Entra en razón!

D.- Dame la llave.

M.- No consentiré esta locura.

D.- (Entra y atraviesa corriendo la habitación) ¡Atrévete! (María la sigue y se coloca delante de la puerta) ¿No me dejarás salir?

M.- Desy…

D.- Te araño la cara.

M.- Haz lo que quieras.

D.- No eres mi madre.

M.- No soy tu madre (Desirée se abalanza sobre María, que la aleja de un empellón y cierra la puerta con llave) Ahora tendrás que matarme.

D.- (Frenética) No te daré el gusto.

M.- Desy…

D.- Quiero ir a la calle.

M.- Lo sé.

D.- No tienes derecho a impedírmelo.

M.- No tengo derecho.

D.- Tú eres la loca, no yo.

M.- Yo estoy loca, no tú.

D.- Déjame salir. No puedo pasar otra noche contigo.

M.- Dormiremos separadas. Haré aquí mi cama.

D.- Me aburres. Me repugnas.

M.- Tú lo quisiste.

D.- Hoy tengo ganas de acostarme con gente desconocida, con los hombres más roñosos. Yo también quiero un boxeador. ¡Déjame ir a la calle! ¿Estás celosa?

M.- Tal vez esté celosa.

D.- Has perdido la razón.

M.- Tal vez haya perdido la razón.

D.- ¡Eres mi marido! (Pausa)

M.- (Cariñosa) Desy… (Ésta no contesta. María se sienta a su lado) Mi fierecilla.

D.- Dame mi llave.

M.- No.

D.- Hasta ahora nadie se había permitido quitarme la libertad. Un hombre que encierra a su mujer es el primero en ser cornudo.

M.- Te permito que me pongas cuernos. No sabía que pudieras ser tan cruel. (Desirée vuelve a su cuarto. María, agotada, permanece sentada y se pone a beber. Luego va al cuarto de Desirée)

D.- (Desde su cuarto) Déjame sola.

M.- No te haré nada.

D.- Devuélveme mi llave.

(María ríe. Vuelve a entrar con una frazada y un almohadón. Se prepara el lecho en su cuarto. Bebe repetidas veces. Desirée cierra su cuarto con llave)

Escena 4ª, acto III: Alt, María.

(Alguien quiere entrar al cuarto de María, pero la puerta está cerrada. María abre)

A.- ¿Y Desirée?

M.- En su cuarto.

A.- ¿Calmada?

M.- Al contrario.

A.- Mañana se le habrá pasado.

M.- ¿Quieres otra copa?

A.- Gracias… Buenas noches.

M.- Alt.

A.- ¿Qué? (Pausa)

M.- ¿Dónde está Lucy?

A.- Se fue a la calle.

M.- Es muy atractiva… ¡Alt!

A.- ¿Qué?

M.- (Pausa) Buenas noches.

A.- ¿Ibas a decir algo más?

M.- No debí prohibírselo.

A.- ¡Qué absurdo!

M.- Le diré que puede ir si quiere.

A.- Quédate en paz. Durmiendo se le pasará.

M.- No pegará ojo en toda la noche.

A.- Entonces se le pasará meditando.

M.- Se siente una víctima.

A.- Eso hace que uno se aferre a la vida.

M.- (Pausa) NO se debe desertar.

A.- (Decidido) No se debe desertar.

M.- ¡No me hables así!

A.- (De pronto) Esta noche dormiré aquí, con vosotras.

M.- (María ríe) ¿Tampoco te fías de mí?

A.- Menos aún.

M.- (Asombrada) ¿Alt?

A.- Desirée ya superó más de una depresión.

M.- Yo no.

A.- Tú no.

M.- Siempre hablas de ella.

A.- Estás agotada. Necesitas relajarte.

M.- ¡Hum!

A.- Tarta peor a tu prójimo, olvídate, y volverás a encontrarte.

M.- Tu bondad es afán de dominar, igual que Federico.

A:- ¿Federico?

M.- Desirée tiene razón: sois dos hermanos que no se parecen… Vete a dormir tranquilo.

A.- La psicología de Desirée…

M.- Con su instinto, es más sagaz que todos nosotros. Le pediré perdón.

A.- Desde ese momento serás su esclava.

M.- (Sonríe) Tal vez.

A.- Te tratará mal.

M.- Hace tiempo que me trata mal. No te preocupes.

A.- Haz lo que quieras.

M.- Vete a dormir tranquilo. De todo modos está Federico.

A.- No me fío de él.

M.- No necesitamos guardianes.

A.- Buenas noches.

M.- (Presurosa) Alt.

A.- ¿Qué?

M.- (Pausa) Buenas noches. (Sale Alt. Junto a la puerta de Desirée) Abre, Dessy… ¿Te has acostado ya?… Aquí tienes la llave… No quiero estorbar tus planes… baja si realmente crees que eso es lo que quieres… Contesta… Pongo la llave en el suelo, detrás de la puerta… Solo tienes que abrir un poco… (Pausa. Bajando la voz) Perdóname, Dessy. (Se arrodilla) Perdóname, Dessy… yo temía por ti. ¡Contéstame! (Fuera de sí) No valgo siquiera una contestación. (Golpea con los puños en la puerta) No me muevo de aquí hasta que no me contestes. Y, si no me abres, me quedaré toda la noche junto a la puerta.
Escena 5ª, acto III: María, Desirée.

(Desirée, en camisón, abre la puerta)

D.- (Cayendo en brazos de María) ¡Bésame!

M.- Dessy (La besa)

D.- (Muy cariñosa) Perdóname Marion.

M.- Dessy…

D.- (Sonríe) Si muriéramos juntas…

M.- ¡Morir, no!

D.- ¡Ayúdame Marion!

M.- (Sollozando) ¡Morir no!

D.- Para mi no hay otra solución.
M.- (La besa) Me quedaré a tu lado.

D.- Estoy narcotizada… Te abrazo como a través de una bruma.

M.- Te llevaré a tu cama.

D.- Es solo un momento.

M.- No digas nada.

D.- Ya estoy casi del otro lado. Solo falta un pequeño paso. María, por favor, pon el veronal en el vaso.

M.- (Implorando) No digas tonterías. (Se arrodilla) ¡Dessy!

D.- ¡Ayúdame, madre, ayúdame!

M.- (Conmovida) Ni una palabra más. Por favor.

D.- (Algo más dueña de sí) ¿Lo harás? Ya estoy preparada. Cuando estaba acostada soñé contigo.

M.- Sigamos aquí sin decir nada.

D.- ¡Qué estupidez querer ir a la calle!

M.- (Desesperada) No fue una estupidez.

D.- Te agradezco que me hayas retenido.

M.- (Suplicando) Bailemos juntas… voy contigo a la calle.

D.- (Sonríe) Ya no necesito la calle, ni el boxeador. Marion, tú te quedas conmigo. (La besa) Soñé que me ayudarías.

M.- No vuelvas a hablar de eso.

D.- Fue entonces cuando me despertaste. Golpeaste la puerta y me despertaste. Dime que lo harás, di que sí, aunque después no lo hagas.

M.- ¿Por qué vuelves a martirizarme?

D.- Di solamente que sí. Me tranquiliza.

M.- (En voz baja) Sí.

D.- Gracias.

M.- Ahora vamos a la cama.

D.- Mírame a los ojos.

M.- (La alza en brazos) Ven.

D.- Ojos claros y fuertes.

M.- Ahora dormirás bien. (Llevándola al cuarto)

D.- Eres hermosa Marion. (La abraza de pronto) Perdóname.

M.- Me quedaré sentada a tu lado hasta que te hayas dormido. (Desde la otra habitación) ¿Estás cómoda?

D.- Te amo, Marion.

M.- Apago la luz. (La habitación de Marion queda a oscuras) ¡Duerme!

D.- (En voz muy baja) Te amo.

M.- (Después de una breve pausa) ¿Duermes ya?
Escena 6ª, acto III: Federico, María.

F.- (Se acerca a la puerta abierta de Desirée) ¿No se duerme todavía?

M.- (Saliendo y cerrando la puerta) Ya está dormida.

F.- ¿Estás cansada también?

M.- Sí.

F.- ¿Tan temprano? (Se sirve una copa)

M.- No debes beber.

F.- Aún no estamos casados.

M.- Deja ya esas tonterías.

F.- ¿Cuánto tiempo seguirán siendo tonterías?

M.- Me confundes con Lucy.

F.- Lucy es una chica genial.

M.- Ya me he dado cuenta.

F.- Solo con la certidumbre del sonámbulo se consigue algo. La envidio.

M.- Has conseguido dominarla hasta un extremo casi increíble. ¿Cómo lo haces?

F.- Es ella la que lo hace, no yo.

M.- Me entiendes muy bien.

F.- Nunca te he visto tan hermosa.

M.- No debes beber.

F.- Una copa más o menos ya no importa. Además, el baño me ha dejado nuevo. Ahora estoy otra vez dispuesto a todo.

M.- Déjame sola.

F.- Todavía no puedo dormir.

M.- Pero yo estoy cansada.

F.- Podrías ser un poco más considerada.

M.- (Agotada) Ten piedad de mí.

F.- Nunca te he visto más hermosa.

M.- Apenas me tengo en pie.

F.- Estás tan pálida que uno podría enloquecer por ti.

M.- Me siento miserablemente.

F.- Yo también.

M.- Tengo miedo por Dessy.

F.- ¿Qué le pasa a Dessy?

M.- Quería irse a la calle con Lucy y la retuve. No debí hacerlo.

F.- Dessy no sirve para la calle, porque no tiene suficiente resistencia psíquica, pero al mismo tiempo tiene demasiada voluntad. Esa mezcla de caracteres es la más desdichada del mundo.

M.- Temo por ella.

F.- Conduce al suicidio.

M.- Calla. Tú le quitaste todo cuanto da valor a la vida.

F.- ¿Cuándo se escapó de casa a los diecisiete años?… No, yo solo acelero los desarrollos inevitables.

M.- ¡Ojala no te hubiera conocido nunca!

F.- (Ríe) Todavía vivís por mí.

M.- Te has vuelto loco.

F.- Tú también me deseas.

M.- Ni me molesto en contestarte.

F.- Me deseas como anhelas el cuchillo. (Se le acerca)

M.- Déjame en paz.

F.- Hueles la sangre. Solo hay una salida: nos casamos.

M.- (Ríe) ¡Vaya salida!

F.- En el último momento siempre optamos por aburguesarnos, que es el único modo de salvarnos de la catástrofe.

M.- Eso ya se lo he oído decir a Dessy.

F.- Es más inteligente que tú.

M.- Tal vez.

F.- Tú todavía sigues viviendo inconscientemente, igual que Lucy.

M.- Las dos somos de Passau.

F.- ¿Qué sois?

M.- … Cosas mías.

F.- A ti también te podría mandar a la calle, como a ella.

M.- (Levanta la vista) Estás bromeando.

F.- Tú eres de esa clase de gente a la que hay que espolear. Hay que meterte en un camino. El
que sea.

M.- ¿Has terminado ya?

F.- No. Puedes ser la trabajadora más eficaz, pasarte veinte horas “funcionando”. Puedes ser la madre de diez hijos. Puedes ser la prostituta más entusiasta. Eres el molde de una joven que reúne en potencia todas las cualidades. Mujer privilegiada por el destino.

M.- Lo pensaré. Te avisaré cuando me decida.

F.- No estoy bromeando. Decídete por una carrera moral, y llegarás a ser un dechado de virtudes.

M.- Eso también lo pensaré.

F.- No estoy bromeando.

M.- A mi no me dominarás.

F.- Solo quiero ayudarte.

M.- Ayuda a Lucy.

F.- Lucy ya no me necesita. Solo había que despertarla.

M.- A mi déjame que siga durmiendo.

F.- No es lo que quieres.

M.- ¿Ah, no?

F.- No soy tonto. Tú quieres desertar. Mientras estabas con Bubi dormías bien.

M.- Déjalo al margen.

F.- Ahora tienes que buscar, y quien busca no duerme. Pero los que tardan demasiado en despertarse revientan en el sueño.

M.- ¿Te vas a ir de una vez?

F.- Reitero mi propuesta y lo hago en serio.

M.- Ya estoy casada.

F.- ¿Con Dessy?

M.- Con Dessy.

F.- Pronto serás viuda.

M.- (Se levanta de un salto) ¡Te odio!

F.- ¡Al fin!

M.- ¡Quisiera matarte!

F.- Eso ya es una declaración de amor. ¡Thalatta! ¡Thalatta!

M.- (Furiosa) Aún no me has atrapado.

F.- ¿Te rindes?

M.- No me conoces.

F.- Si ya te tengo.

M.- No te atrevas.

F.- Ni siquiera te toco y ya eres mía.

M.- ¡Sal de aquí de una vez!

F.- Furiosa estás todavía más hermosa.

M.- Si no te vas, tendré que salir corriendo.

F.- Inténtalo.

M.- ¿Quieres desesperarme?

F.- Sí.

M.- (Corre hacia la puerta) Ya no aguanto más.

F.- ¿A dónde vas?

M.- A ver a la señorita Schimmelbrot.

F.- (Riendo) Agradecerá tu visita.

M.- (Estalla) ¡No te soporto más!

F.- Atrapada.

M.- No te muevas o te mato.

F.- Estoy tranquilamente sentado.

M.- ¿Y si te lo ruego?

F.- De rodillas.

M.- ¿Me dejarás sola?

F.- De rodillas.

M.- (Lo hace) ¡Déjame sola, te lo ruego!

F.- Reza el padre nuestro.

M.- ¡Dios mío, me vuelvo loca!

F.- Padre Nuestro, que estás…

M.- No lo aguanto más.

F.- El pan nuestro de cada día.

M.- (Se abalanza sobre Federico) ¡Fuera!

F.- (La sujeta con firmeza) … y perdónanos nuestras deudas.

M.- ¡Fuera!

F.- Así como nosotros perdonamos… (La besa) Nunca te he visto tan bella.

M.- (Quiere librarse) Te estrangulo.

F.- Me contagias tu locura.

M.- ¡Suéltame!

F.- (La besa) Después del padre nuestro se puede morir con la conciencia tranquila.

M.- Gritaré. (Los dos caen sobre la cama. María logra desasirse y se refugia en el cuarto de Desirée)

F.- (La sigue) No escaparás. (Entra en la habitación contigua. Un grito. María vuelve y se deja caer en una silla. Poco más tarde aparece Federico)

M.- (En voz baja) ¿Demasiado tarde?

F.- Demasiado tarde.

M.- ¿Qué hacemos?

F.- Nada.

M.- Hay que buscar a Alt.

F.- Demasiado tarde.

M.- Hace un instante estaba aquí conmigo. Se burló de mí. Debe haber ingerido el somnífero. ¡Con qué rapidez actúa eso!

F.- Depende de la cantidad.

M.- Tenemos que llamar a un médico.

F.- ¿Para qué?

M.- ¿Para qué?

F.- Volvería a hacerlo.

M.- ¿Para qué?

F.- ¿Estaba alegre?

M.- Muy cansada.

F.- ¿Se sentía feliz?

M.- (Pausa) Con qué rapidez ha pasado todo.

F.- Depende de la cantidad.

M.- ¿Cómo habrá podido conseguir tanto)

F.- Sencillo. Se lo dí yo.

M.- (Lo mira con espanto)

F.- ¿Quieres que me vaya?

M.- (Apresurada) No.

F.- Querías estar sola.

M.- (En voz baja) Asesino. (Federico no responde) ¿Por qué lo hiciste?

F.- De no hacerlo, se habría tirado al agua.

M.- Pero habría tenido tiempo de serenarse.

F.- ¿Serenarse?

M.- Un segundo después siempre se arrepiente uno.

F.- Estuvo contigo después, sin arrepentirse de nada.

M.- (Pausa) ¿Qué hacemos?

F.- Me rogó que lo hiciera.

M.- Asesino.

F.- Fetichismo conceptual.

M.- Pobre Dessy… mi Dessy.

F.- Te dejo sola.

M.- No te muevas de aquí.

F.- No me gustan las oraciones fúnebres.

M.- También podemos callar. (Pausa. Federico bebe. María, en voz baja) Dame a mi también.(Pausa) Ahora me tienes donde querías llevarme.

F.- ¿Dónde?

M.- No finjas.

F.- Fantasías tuyas.

M.- ¡Bebe! (Señala la puerta de Desirée) ¿La puerta está bien cerrada?

F.- ¿Te da vergüenza?

M.- Bebe.

F.- De todos modos, no podría oírnos. ¿Quieres acostarte?

M.- Sabes muy bien lo que quiero.

F.- Yo no sé nada.

M.- Te lo diré al oído.

F.- (La elude) Nadie nos oye.

M.- No te escapes.

F.- Habla tranquilamente.

M.- (Le persigue) ¿Me tienes miedo?

F.- No te entiendo.

M.- No voy a arrancarte la oreja de un mordisco.

F.- (La recibe en sus brazos) Ahora pierdes tú la razón.

M.- Tal vez.

F.- Será mejor que me vaya. Hay que buscar un médico.

M.- Cae de rodillas.

F.- Buenas noches.

M.- Cae de rodillas, te digo.

F.- María…

M.- No te voy a saciar con un padre nuestro.

F.- ¿Qué quieres?

M.- Eres mi perrito.

F.- Me espantas.

M.- Soy hermosa.

F. – María…

M.- Nunca he sido tan hermosa.

F.- Cállate.

M.- Tú mismo lo has dicho.

F.- Ahí al lado yace Desirée, muerta.

M.- Ahora ya me da igual.

F.- Ahí al lado hay un muerto.

M.- Fetichismo conceptual… ¡Bebe! (Ella también bebe)

F.- Esto es una locura.

M.- Me hace aún más deseable. ¿Quieres poseerme?

F.- ¡No juegues conmigo!

M.- ¡Thalatta! ¡Thalatta!

F.- (Exacerbado) ¡No juegues! (La persigue)

M.- (Ríe) ¡Agárrame! (Federico la persigue) ¡Agárrame! Te aborrezco. Te odio.

F.- (La captura) ¡A callar!

M.- (Ríe exaltada) ¡Bebe, bebe!

F.- Te advierto.

M.- Aún no has bebido lo suficiente.

F.- Vas a provocar una desgracia.

M.- Fetichismo conceptual.

F.- No te aguanto más tiempo.

M.- ¡Atrapado! (Se abre a blusa de un tirón) Voy a dormir.

F.- María…

M.- (Riéndose) Te odio. Te aborrezco. ¿Te rindes?

F.- No respondo de mí.

M.- Padre nuestro que estás en los cielos…

F.- (Furioso) ¡Cállate!

M.- … Perdona nuestras deudas… (Federico se abalanza sobre ella. Siempre riéndose) ¿Eso es todo? Bubi lo hace tan bien como tú. (Se libra de los brazos de Federico) … así como nosotros perdonamos…

F.- Te voy a agarrar.

M.- Agárrame.

F.- ¡Que Dios nos perdone! (La ciñe con fuerza)

M.- ¿Quién es Dios? (Se escapa nuevamente) ¡Quítame el pijama! ¡Rómpelo! ¡Ven, Bubi, ven!

F.- (Fuera de sí) ¡No soy tu Bubi!

M.- Corre, Bubi, corre.

F.- Ya no corremos más. (La atrapa)

M.- También Bubi sabe besar… y con mucha más dulzura. (Se libra) Me haces daño. Bubi sabe morder mejor… ¡La garganta Bubi!

F.- No soy tu Bubi.

M.- Vas a volcar la mesa. (Federico la echa en la cama) Aun tienes que beber más. Aún no es suficiente.

F.- Ya no bebo más.

M.- Apaga la luz. (Trata de liberarse)

F.- (Fuera de sí) ¡Ahora te quedas!

M.- Me gustas. Eres fuerte. Apaga la luz. (Se escapa corriendo)

F.- ¡Qué me importa la luz! ¡Detente!

M.- (Apaga la luz. Quedan a oscuras) ¡Aquí… aquí… aquí!

F.- Trata de escaparte otra vez.

M.- No, ya no me escapo. Eres fuerte.

F.- María…

M.- ¡Mátame! ¡Mátame!
TELÓN – Fin.

Escenas de Ruth Núñez en La enfermedad de la Juventud. Acto 2.

Acto 2º

Escena 1ª, acto II: María y Desirée.

D.- Tienes que dar pasos más cortos.

M.- Todavía no lo sé bien. Ten paciencia.

D.- Tú sabes hacer cualquier cosa.

M.- Me galanteas demasiado abiertamente.

D.- ¡Marion! (María ríe) Mi Marion.

M.- (Ríe) Todavía no.

D.- No lleves la espalda tan tiesa. Más soltura en las caderas.

M.- Es fácil pedirlo.

D.- Todas las mañanas una hora de ejercicio y una ducha fría.

M.- Precisamente tengo tiempo para eso.

D.- Hay que encontrar el tiempo. Un buen entrenamiento te ahorra mil pensamientos superfluos por hora. (Riendo) Me has pisado.

M.- Otra vez.

D.- A ti te lo perdono todo.

M.- ¿Me quieres aún?

D.- ¡Tonta!

M.- ¿Qué decía?

D.- ¿Cómo?

M.- Una victoria del alma. “Fue una victoria del alma poder liberarse al fin de los lazos de la costumbre”.

D.- ¿Ya sabes de memoria esa estúpida carta?

M.- “… salir, evadirse de las propias limitaciones, como el potro salvaje que escapa de su encierro para ganar el horizonte”

D.- Ese encierro eras tú.

M.- “Ganar el horizonte…”

D.- Basta ya.

M.- El encierro era yo.

D.- ¿El horizonte tiene pelo rojo?

M.- ¿Quieres que te la lea?

D.- ¡Por amor de dios! (Vuelve a poner un disco)

M.- (Leyendo la carta) “Fue una victoria del alma poder liberarse al fin de los lazos…”

D.- ¡Escucha!

M.- “De los lazos de la costumbre”

D.- Oye, qué bien suena esto…

M.- Quizá él tenga razón.

D.- Deja que se vaya.

M.- Ya ves que lo dejo que se marche.

D.- Ven (Vuelven a bailar)

M.- Quizá él tenga razón.

D.- Ahora puedes dar pasos más largos.

M.- ¿Así?

D.- ¡Excelente!

M.- Hace veinticuatro horas no lo hubiera creído. ¡Que pronto se convence una!

D.- ¡Qué pronto, ni te lo imaginas!

M.- ¿O es que una solo cree cambiar?

D.- Si no te concentras no puedes bailar (Quita la música)

M.- Si estoy concentrada.

D.- No dejas de pensar en lo mismo.

M.- Ahora pensaba en Alt, en su modo de reaccionar.

D.- Si Alt fuera un hombre, sería un dios.

M.- ¿No es un hombre acaso?

D.- Eres una ingenua. Yo podría bañarme en presencia de Alt como si fuera una vieja.

M.- ¿Y ese hijo suyo?

D.- Quería tener un hijo, eso es todo, lo que en un hombre resulta todavía más incomprensible que en una mujer. Alt es una mamá masculina.

M.- Ayer estuvo muy decidido.

D.- Puede ser muy enérgico si se lo propone.

M.- Me metió el dedo en la garganta hasta hacerme vomitar.

D.- El día que yo no pueda seguir adelante…

M.- ¿Tú?

D.- … acudiré a él.

M.- ¿No poder seguir adelante… tú?
D.- ¿Te quedarás siempre a mi lado?

M.- (Pasa la mano por el cabello de Desirée)

D.- (Le da un beso en la mano) Marion.

M.- No.

D.- Apaga la luz. Soñemos. (María sigue en silencio) Ven. Acostémonos en la cama.

M.- No, todavía no estoy cansada. (Pausa) Mañana será mi fiesta de despedida.

D.- ¡Qué estupidez inventar eso!

M.- Cuando se quiere hacer un bien, después se tiene siempre la impresión de haber actuado como un estúpido… La verdad es que Federico no hizo mas que adelantar algo que era inevitable.

D.- Le puedes dar las gracias.

M.- No quiero ni verlo.

D.- Te haría bien.

M.- No.

D.- Él y Alt son como dos hermanos que no se parecen.

M.- (Sorprendida) ¿Federico?

D.- Los dos van hasta el final, sin prejuicios.

M.- En cierto modo, le tengo miedo a Federico.

D.- Y yo a Alt. Me infunde terror porque lleva ropa de hombre.

M.- Todo lo ves desde la perspectiva sexual.

D.- Esos dos llevan la misma cabeza sobre cuerpos distintos. Sus manos son diferentes, tal vez sus manos también, pero sus cabezas son iguales. El hombre es un híbrido extraño… Tú no conoces a Federico cuando pierde la cabeza.

M.- ¿Puede perder la cabeza alguna vez?

D.- De lo contrario no lo hubiera aguantado tanto tiempo. Te muerde y te chupa la sangre como una bestia. Eso ya no es voluptuosidad, sino delirio, dolor, demencia animal. Esos son los raros instantes de nuestra vida que nos permiten superar a la mísera criatura que hay en nosotros y liberarnos del cuerpo como de un cadáver.

M.- (En voz baja) No reconozco tu cara.

D.- (La abraza con violencia) Morir, Marion, Morir.

M.- ¿Morir?

D.- Solo un paso más allá de la fiebre voluptuosa, un paso más allá del dolor… y una ya no se despierta. ¡Qué hermoso sería, Marion!

M.- ¡Morir no… morir, no!

D.- ¡Si muriéramos juntas, Marion! (Sentadas, se confunden en un abrazo) ¿Para qué seguir? A veces una se engaña a sí misma por un rato, pero luego despierta y vuelve la desazón. ¿Para qué? (Pausa) Me faltó valor. Si en un momento así le susurrara a Federico: “¡Muérdeme en la garganta, mátame!…” lo haría.

M.- ¿Hacerse asesinar? No, entonces es mejor que una misma…

D.- Es más fácil hacerse matar, y más seguro. Me faltó valor. Somos criaturas pegajosas. Nos aferramos al deseo de disfrutar conscientemente aún de esa última voluptuosidad. Yo ya había logrado amaestrar a Federico para ese final por si alguna vez me decidía. Pero hasta ahora me faltó valor… Dos palabras cuando está a punto de perder la cabeza: “mátame ahora”… y lo hace. Te muerde en la garganta.

M.- ¡No sigas hablando!

D.- Algún día él lo hará, pero desgraciadamente, no conmigo. Nosotros dos ya hemos salido del fluido.

M.- ¡Morir no!

D.- (Sonríe) Ahora tus ojos son realmente azules.

M.- No digas nada.

D.- ¡Qué hermosa eres, Marion!

M.- Sigamos así, sentadas.

D.- Juntas.

M.- No hablemos. (Pausa)

D.- (Sonríe) ¿Sabes?…

M.- ¿Qué?

D.- Ahora hasta podría…

M.- ¡Dilo!

D.- Volver a repasar el mamotreto.

M.- Anatomía.

D.- Me quedan tres semanas para el próximo examen. ¡Incomprensible! Otros se matan día y noche y no aprueban. No lo entiendo.

M.- Hubo un tiempo en que yo también me mataba día y noche.

D.- ¿Fue difícil?

M.- Era hermoso.

D.- Si uno pudiera encontrar hermoso lo que resulta fácil…

M.- Cada cual tiene su manía.

D.- (Le acerca una caja de bombones) Toma. (Comen) ¿Bailamos o nos vamos a dormir?

M.- Es demasiado temprano. Me apetece té. (Se dirige a la puerta) ¡Lucy!

D.- Yo me acuesto y tú te sientas a mi lado, al borde de la cama.

M.- ¿Estás cansada?

D.- Una no debe acostarse solo cuando está cansada, sino también cuando está de buen humor. Me encanta la cama. En ella me siento cobijada, como en un hogar.

M.- Ve tú.

D.- No me dejes mucho tiempo sola. (Entra en su cuarto)

M.- (Echa una tímida ojeada a la carta) “El potro salvaje que escapa de su encierro…”
Escena 2ª, acto II: María, Lucy.

M.- Prepárame un té, por favor. ¿Qué te pasa?

L.- La señora Schimmelbrot…

M.- ¿Qué?

L.- La señora Schimmelbrot no está en casa.

M.- ¿No hay té?

L.- Sí, sí hay.

M.- (Le acerca la caja de bombones) ¿Quieres?

L.- Gracias. Yo también soy de Passau.

M.- No lo sabía.

L.- Antes no me atrevía a decírtelo.

M.- ¡Qué curioso que tú también seas de Passau!

L.- Mi padre trabajaba en el taller del tuyo. Es carpintero.

M.- ¿Por qué estás tan alegre hoy?

L.- Tu padre es arquitecto, ¿verdad?

M.- Sí.

L.- Entonces es así.

M.- ¿Por qué estás tan alegre?

L.- El tiempo es tan hermoso.

M.- ¿Vas a salir?

L.- (Sonríe) Tal vez.

M.- Entonces me prepararé yo misma el té.

L.- No puedo irme todavía… Mi novio también trabajó con tu padre.

M.- ¿Tienes novio?

L.- Es tapicero.

M.- ¿Por qué te fuiste de Passau?

L.- Somos seis hermanos.

M.- ¿Piensas casarte pronto?

L.- Cuando vuelva a casa… ¡Qué hermoso que tú también seas de Passau!

M.- (Ríe) ¿Hermoso? ¿Por qué?

L.- No quisiera ser de la ciudad donde nació… (Alude al cuarto de Desirée)

M.- ¿Desirée?

L.- Pero de Passau, sí… Todos mis hermanos son de Passau… Pero ahora se han ido de allí (Sale. María pone un disco)
Escena 3ª, acto II: Irene y María.

I.- ¿Puedo hablar contigo? (María calla) Va a ser solo un momento. (María sigue en silencio) Podemos hablar de pie.

M.- (Rápida) Discúlpame. (Se sientan)

I.- ¿Podrías bajar un poco el volumen?

M.- ¿Te molesta?

I.- Como quieras… Quisiera que no hubiera ambigüedades entre nosotras.

M.- Adoras la exactitud.

I.- ¿Aún no ha venido a verte Petrell?

M.- Ahora mientes.

I.- ¿Me dejas hablar?

M.- Petrell nunca vendría a verme. Es un cobarde.

I.- Eso depende de la influencia que se ejerza sobre él.

M.- (Ríe) ¿Ah, sí?

I.- Nadie vive solo de sus recursos.

M.- Bajo tu influencia adquiere coraje.

I.- Estás irritada.

M.- Tu educación lo redime, lo convierte en un héroe.

I.- ¿De veras que te divierte esa música? (María no contesta) Uno apenas oye sus propias palabras.

M.- ¡Qué extraño que una persona pueda cambiar físicamente en veinticuatro horas!

I.- ¿Qué quieres decir?

M.- Tu cara se ha redondeado. Estás más quieta y más llena.

I.- Habré aumentado de peso tal vez.

M.- Lo punzante ha desaparecido de tus facciones. Estás hermosa. (Se levanta y quita la música)

I.- Gracias a Dios.

M.- Ponte cómoda.

I.- Quisiera que arreglásemos las cosas objetivamente.

M.- Si así lo quieres…

I.- Petrell…

M.- ¡Objetivamente!

I.- Petrell…

M.- Di Otto. Petrell en tu boca es una mentira. Esta mañana he recibido una carta suya.

I.- Lo sé.

M.- ¿Te hace leer las cartas que escribe? ¿O quizás las escribís juntos?

I.- Él tiene estilo propio.

M.- Me consta. Potro salvaje en su encierro.

I.- Es un poeta.

M.- Es un poeta.

I.- Vine para ofrecerte nuestra amistad.

M.- Gracias.

I.- Hiciste mucho por él.

M.- Gracias.

I.- Le ayudaste a superar las épocas más difíciles.

M.- (Irritada) Gracias.

I.- No lo olvidará nunca. Habla muy bien de ti. Fuiste más que una madre para él.

M.- (Fuera de sí) ¿Te vas a callar de una vez?

I.- No te comprendo.

M.- ¡No me comprendes!

I.- Él te aprecia demasiado como para poder borrarte de su vida.

M.- La vida del potro salvaje.

I.- Esos son floreos literarios.

M.- Los que podrías haber inventado tú. ¿Ya escribes por él?

I.- Contigo no se puede hablar.

M.- No soy una estúpida.

I.- Nadie ha dicho que lo fueras (se levanta)

M.- Quédate sentada.

I.- ¡María!

M.- ¡No soy una estúpida!

I.- ¡Nadie ha dicho que lo fueras!

M.- ¿Vas a hablar de una vez? ¿Qué buscas aquí?

I.- Ya te lo he dicho. Ofrecerte nuestra amistad.

M.- Gracias.

I.- esa era toda mi misión.

M.- Gracias.

I.- Pero mientras no entres en razón…

M.- ¡Siéntate!

I.- No quiero echar a perder tu concierto nocturno.

M.- ¡Siéntate!

I.- Tengo que hacer.

M.- ¡Siéntate!

I.- No tengo por qué aguantar que me des órdenes.

M.- ¡Siéntate!

I.- Me da la sensación de que tú…

M.- (Fuera de sí) ¡Siéntate!

I.- (Sentándose) ¿Qué significa esto?

M.- Tomaremos un poco de té.

I.- Tengo cosas que hacer.

M.- Ahora estás aquí conmigo.

I.- (Insegura) No me dejo intimidar.

M.- Gracias por la visita.

I.- Las farsas me resultan muy desagradables.

M.- (Le ofrece la bombonera) Toma.

I.- No me gustan los dulces.

M.- Son de Desirée. Ella me los regaló. ¡Qué atenta! ¿verdad?… También las flores son de Desirée, míralas…

I.- Muy atenta, de veras.

M.- No. La bombonera es bonita.

I.- ¿Qué significa esto?

M.- Entonces… vuestra amistad.

I.- Reflexiónalo con calma.

M.- ¿Qué es eso: vuestra amistad?

I.- Reflexiónalo con tiempo. Tienes tiempo.

M.- Estoy perfectamente tranquila. ¿La idea fue de él?

I.- Eso no tiene importancia.

M.- La carta no dice nada al respecto.

I.- Se nos ocurrió más tarde.

M.- ¿A quién?

I.- Es algo demasiado evidente como para que hubiese que escribirlo expresamente.

M.- A mi no me parece tan evidente.

I.- ¿Después de haber vivido dos años contigo?

M.- Eso se lo has enseñado tú también.

I.- Parece que lo consideras un imbécil.

M.- Lo considero inescrupuloso e indiferente, pero su falta de escrúpulos se debe a su indiferencia. No es un mal hombre.

I.- Nadie ha dicho que lo fuera.

M.- Sin embargo, a él nunca se le habría ocurrido ofrecerme su amistad desde hoy. Es idea tuya.

I.- No tiene importancia.

M.- Sí que la tiene, porque tú eres mala.

I.- Si eso te tranquiliza…

M.- Lo haces porque te gustan las cosas bien ordenadas. (Irene ríe) Calculas hasta los gramos de sentimiento.

I.- No lo sabía.

M.- Y le has enseñado la cantidad de gratitud que no llega a ser peligrosa para ti.

I.- Lo haces todo con premeditación. Eres una estúpida.

M.- Sigue. Parece que te sienta bien.

I.- Ahora soy yo la estúpida.

M.- Solo consideras tu objetivo.

I.- No lo niego.

M.- Tu ambición trabaja como una máquina: sin miramientos ni consideraciones, solo para lograr el objetivo.

I.- Bastante habré luchado para conseguirlo.

M.- Lo sé.

I.- Yo no hice mis estudios en la cama…

M.- También lo sé.

I.- Nadie me pasa un sobre a final de mes.

M.- Pasaste muchos apuros para llegar a tu objetivo.

I.- Pasé hambre.

M.- Y estás orgullosa de ello.

I.- ¿De haber pasado hambre?

M.- De haber pasado hambre.

I.- Tus conclusiones son sorprendentes.

M.- A todo el mundo le dices que pasaste hambre para poder estudiar.

I.- Para que no haya ninguna duda de lo que me ha costado llegar hasta aquí.

M.- Nadie sospecha de tu conducta.

I.- La juventud es sospechosa por naturaleza, capaz de cualquier cosa. Es una etapa difícil y no basta con sobrevivirla. Hay que vencer en ella. Ese es el secreto de los que saben su camino en la vida.

M.- (En voz baja) Yo ya no quiero vencer.

I.- La juventud, que al despertar, no encuentra su lugar, está expuesta a un continuo peligro mortal. Entonces, el hecho de ser joven se convierte en una enfermedad.

M.- No quiero vencer.

I.- Volverás a encontrarte a ti misma. (María la mira) ¡Si tú quieres!… Únicamente tienes que proponértelo.

M.- ¿Para eso viniste a verme?

I.- Todavía podemos seguir siendo amigas.

M.- ¿Acaso me necesitas? (Irene la mira vacilante) ¿Vosotros me ayudaréis?

I.- Si tú quieres, sí.

M.- Yo no quiero.

I.- Entonces te pido que disculpes mi intromisión (Se levanta)

M.- No quiero volver a veros, ni a ti ni a él.

I.- Como tú quieras.

M.- Odio todo este embuste.

I.- ¡No vuelvas a irritarte!

M.- Tu bondad, tu abnegación… Todo es mentira. Solo quieres demostrar tu poder. Pero a mi no me vas a someter.

I.- Separémonos con calma.

M.- Te veo tal como eres, hasta el fondo de tu ser… ¡Eres Irma!

I.- Ahora te pones vulgar.

M.- Pero te haces llamar Irene.

I.- Y aunque me llame Irma… ¿Qué tiene eso que ver?

M.- Que todo en ti es mentira. (Irene se dirige a la puerta) ¡Irma, la hija del jardinero!

I.- ¡Déjame salir! (María se interpone entre ella y la puerta)

M.- ¡Siéntate!

I.- Has perdido la razón.

M.- ¡Siéntate!

I.- Déjame salir. (La toca)

M.- (La rechaza de un empellón) ¡A sentarse, Irma!

I.- Gritaré… pediré socorro.

M.- Grita Irma, él no puede oirte.

I.- No permito que me impidas salir.

M.- (La agarra violentamente por el pelo) Este es el horizonte, ¿verdad? El resto de horizonte.

I.- (Fuera de sí) ¡Suéltame!

M.- ¡Todo mentira!

I.- ¡Te doy una hostia!… (Luchan)

M.- (Riéndose) Él espera abajo, ¿verdad?… Es un hombre al que se puede amaestrar para todo. ¡Bien que te has dado cuenta, zorra! (La arrastra a través de la habitación y ata su cabello a la pata de un armario) ¡Thalatta, Thalatta! El grito de guerra de Federico. Ahora jugamos a los indios (Ríe cada vez más exaltada) ¡Cabeza roja! ¡Cabeza roja! ¡Atada a la pata de un armario! (Se levanta de un salto) Y ahora a buscar al potro salvaje (Sale)

I.- (Gritando) ¡Terminarás por matarte! (Trata de desenredar su cabello)
Escena 6ª, acto II: María, Petrell.

M.- (Entrando) Ven, ven. (A Desirée) Déjanos solos. (Desirée vuelve a su cuarto) Ya se ha ido. Has tardado demasiado. (Ríe)

P.- ¿Dónde está?

M.- ¿Por qué te quedas tan lejos? Siéntate.

P.- ¿Qué quieres?

M.- A ti ya no. Puedes estar seguro. ¡No tengas miedo!

P.- ¿Qué quieres?

M.- Prefiero correr por las calles, como una bestia estúpida que no sabe a quién pertenece. Siéntate.

P.- Cuando te hayas calmado.

M.- Estoy perfectamente tranquila.

P.- Te conozco muy bien.

M.- Gracias.

P.- ¿Tenemos que separarnos así?

M.- Guarda los tonos blandos para la otra.

P.- Te lo explicaré.

M.- Bastaría que yo moviera un dedo para que no volvieras con ella. Cualquier mujer te maneja a su antojo.

P.- Contigo no se puede hablar.

M.- ¿Por qué no se puede hablar conmigo?

P.- Tú no hablas.

M.- ¿Canto acaso?

P.- Estás jadeando.

M.- (Ríe) Estoy jadeando.

P.- Lo digo en sentido metafórico.

M.- Ella, en cambio, tiene una flauta en la boca.

P.- ¡Termina de una vez!

M.- Y yo no estoy jadeando.

P.- No dije que jadeabas.

M.- Dijiste que estaba jadeando.

P.- Quise decir que estabas demasiado excitada.

M.- Dijiste que estaba jadeando.

P.- Demasiado excitada para poder hablar tranquilamente.

M.- Dijiste que estaba jadeando.

P.- Si insistes en querer que así sea…

M.- ¿Quién dice que quiero algo?

P.- ¿Por qué me obligaste a subir entonces?

M.- Para que vinieras a buscar a Irene.

P.- Mientes.

M.- Para que te la lleves contigo.

P.- Hace tiempo que se ha ido.

M.- ¿Y cómo es que no ha pasado a buscarte el café?

P.- Ella habría evitado que tú me abordaras.

M.- Evitar algo resulta, a veces, difícil.

P.- ¿?

M.- Eres incapaz de reconstruir. Busca, a lo mejor encuentras algo de ella en este mismo cuarto.

P.- Será mejor que nos veamos en otro momento.

M.- Un trozo de horizonte en esta misma habitación.

P.- Cuando te hayas calmado.

M.- ¡Husmea, husmea, potro salvaje!

P.- ¡Estoy harto! (Intenta marcharse)

M.- ¡Husmea, potro salvaje! Frío, frío… (Ríe) Si te acercas al armario estarás más caliente. Caliente… Abre bien los ojos. ¿Todavía no ves nada? (Triunfante) ¡Aquí está el horizonte! ¡Este resto de horizonte! (Levanta unos mechones de Irene y se los muestra)

P.- (Asustado) ¿Qué habéis hecho con ella?

M.- Hemos jugado a los indios.

P.- (Horrorizado) ¡María!

M.- (Carcajada) ¡Jugamos a los indios! Tal como tú lo escribiste en tu carta, potro salvaje. Le arranqué el cuero cabelludo a la jefa de la tribu piel roja.

P.- (La abraza aterrado) ¡María! (Ésta, tranquila de repente, lo mira. En voz baja) ¿Qué le hiciste? (María le mira con los ojos muy abiertos) ¿No la habrás…?

M.- (En voz baja) Suéltame.

P.- ¿Te has vuelto loca?

M.- No vuelvas a tocarme.

P.- Quiero saber qué hiciste con ella.

M.- Nada.

P.- (Enérgico) ¿Dónde está Irene?

M.- (Resuelta) ¿Y si la hubiese matado?

P.- No te creo.

M.- Hace un momento lo creías.

P.- Pero ahora ya no lo creo.

M.- ¡Lo creías!

P.- No te creo capaz.

M.- Podrías equivocarte.

P.- Veo en tus ojos que no.

M.- ¡Conocedor del alma humana!

P.- ¿Dónde está entonces?

M.- En la cocina. La policía ya está en camino. El médico también estará en la cocina.

P.- La has escondido.

M.- Pregúntale al médico. La estrangulé. Si no te vas, te arrestarán a ti también.

P.- ¿La encerraste? ¿Está con Desirée?

M.- Yo en tu lugar no preguntaría tanto, sino que iría a la cocina. ¿O es que tienes miedo?

P.- Gozas viéndome sufrir.

M.- (Cambiando de tono) No le pasó nada.

P.- ¿Dónde está entonces?

M.- En casa.

P.- ¿En casa?

M.- Quizás en tu casa. ¿La quieres mucho?

P.- ¿Bajaste con ella?

M.- (Agotada) La até aquí para que no pudiera retenerme Te será muy útil. Te ayudará a triunfar. Irene es sumamente hábil.

P.- (Estupefacto) ¿De los pelos?

M.- (Asiente) Cuéntame, ¿desde cuándo estás enamorado de ella?

P.- ¡Qué brutalidad!

M.- Perdóname. ¿La quieres mucho?

P.- Déjame ahora.

M.- ¿Te duele? ¿No me puedes perdonar?

P.- Me voy.

M.- ¿No me puedes perdonar? ¡Bésame!

P.- Tengo que irme.

M.- Odio. ¿Odio para siempre? Harás carrera con su ayuda.

P.- Ya te dije que sería un error.

M.- ¿Qué sería un error?

P.- Adiós.

M.- ¿Haber subido aquí? ¿Ése fue el error? A mi me conoces mejor que a Irene. No te hubieras dejado convencer. Di algo… ¡Contéstame!

P.- A pesar de todo, no te hubiera creído capaz de semejante brutalidad.

M.- Ella también encontrará su camino. A los dos os irá bien. (Petrell quiere irse. De improviso) ¡Pégame ya!

P.- ¡Estás loca!

M.- ¡Pégame, si no puedes perdonarme!

P.- ¿Quieres que nos oigan en todo el edificio?

M.- Me desprecias.

P.- Hablando no llegaremos a ninguna parte.

M.- ¡Pégame ya!

P.- No grites.

M.- ¿Qué tengo que hacer para que me pegues? A ella le pegué también la até como a un perro rabioso. (Fuera de sí) ¡Pégame de una vez! (Petrell se dirige hacia la puerta) ¡Quédate! Así no se va uno después de haber amado a una mujer durante dos años. ¿O fue una farsa? ¿Todo fue una farsa?

P.- ¡No te aguanto más!

M.- ¿Y mi dinero?

P.- ¿Tu dinero?

M.- Mi dinero. ¿Acaso no te mantuve?

P.- (Cierra la puerta rápidamente) ¿Quieres que lo oiga todo el mundo?

M.- ¡Todo el mundo debe de oír que te dejaste mantener por mi durante dos años!

P.- (Pálido) ¿Estás loca?

M.- Ahora te quedas pasmado. Pero ¿quién permitió que le comprara todo? ¿Quién estuvo dando clases hasta medianoche para conseguir comida y dinero? ¿A quién le compré ropa, libros, zapatos…?

P.- Te devolveré todo ese dinero.

M.- Me dejarás tirada, como ahora. Irene sabe guardar lo suyo.

P.- Yo también gano.

M.- ¿Y quién corrió hasta cansarse para conseguirte un empleo?

P.- No lo niego.

M.- … ¿Y te pagó un psicólogo por una depresión que no era mas que literatura?

P.- Esto empieza a ser insoportable.

M.- (Con sarcasmo) ¡Insoportable, dice!

P.- Así se interroga a un ladrón.

M.- ¿Acaso no eres un ladrón?

P.- María…

M.- ¡Si no eres un ladrón!

P.- Ya no sabes lo que dices.

M.- ¡Eres un ladrón!

P.- ¡Estoy harto! (Se dirige hacia la puerta)

M.- ¡Pégame si no eres un ladrón!

P.- Por mi que vengan todos corriendo.

M.- ¡Pégame de una vez! (Le retiene) ¡Pégame si no eres un ladrón! ¿No tienes compasión de mi?

P.- Deberían ponerte debajo de un grifo.

M.- (Sollozando, se deja caer de rodillas) Pégame si no eres un ladrón.

P.- Tu locura empieza a contagiarme. (Se libra violentamente)

M.- ¡No te suelto antes de que me pegues! ¡No te suelto!

P.- Te deberían encerrar en un manicomio. (Mutis)

M.- ¡Pégame! ¡Pégame! ¡Pégame!
Escena 7ª, acto II: María, Desirée.

(Sale Desirée de su cuarto)

D.- (Se arrodilla al lado de María) ¡Marion!

M.- (Sonriendo) Pégame. Tú no eres una ladrona.

D.- ¡Pobre Marion!

M.- No me pegó.

D.- Ven, yo secaré tus lágrimas.

M.- Sí, bésame.

D.- Mi pobre Marion.

M.- No me pegó. Bésame otra vez.

D.- (La besa) Ahora nos acostamos en mi cama, bien juntitas, y enseguida volveremos a sentir calor.

M.- Sí.

D.- Como en los días de la infancia. Te contaré muchas cosas, Marion, y antes de dormirnos seremos como dos hermanitas.

M.- Como dos hermanitas antes de dormirse, cuando ya se ha apagado la luz. Eres mi hermana.

D.- Y tú eres mía.

(Las dos permanecen estrechamente abrazadas)

Fin del segundo acto.

Tercer y último acto.

Escenas de Ruth Núñez en «La enfermedad de la juventud»

Gracias a Carlos Ceña por facilitarnos el libreto de la representación llevada a cabo en el año 2009.

NO es el libreto de la obra de Ruth, aunque imaginamos que no habrá muchas diferencia. O eso esperamos.

NOTA: la propia Ruth nos confirmó, a la salida del teatro de Chinchilla, que su personaje había sido el de María.

Acto 1º

Escena 1ª, acto 1º: María, Lucy y Desirée.

M.- ¡Lucy, se hace tarde!

L.- (Desde fuera) ¡Ya voy!

M.- ¡Desy, ¿te queda mucho?! (Desy se está secando el pelo y no la oye)

(Entra Lucy con un balde)

M.- Puedes dejarme sola.

L.- ¿Vas a fregar tú?

M.- El viernes celebro una despedida de soltera.

L.- Despedida sin boda.

M.- El titulo es tan importante como una boda.

(Suena fuera un teléfono)

L. ¡El teléfono! Ahora vuelvo. (Sale)

(Entra Desirée)

M.- ¿Qué tal sienta madrugar?

D.- Ayúdame a repasar. Aquí tienes el mamotreto.

M.- ¿Cuándo es tu examen?

D.- A las diez.

M.- Empieza.

D.- El pulmón. ¿Para qué se levantará una tan temprano?

M.- ¿Ya empiezan los nervios?

D.- ¿Nervios? No me hagas reír. Vamos pues… Tuberculosis avanzada con formación de cavernas: la tuberculosis avanzada con formación de cavernas no se distingue fundamentalmente de la tuberculosis progresiva común, puesto que las cavidades solo constituyen una secuela secundaria del proceso de caseificación. Dice Irene que acabará la carrera antes que yo aunque ahora vaya dos cursos por detrás de mí.

M.- ¿Dónde se forman las cavidades?

D.- En el lugar del foco primitivo, en las zonas subapicales de los lóbulos superiores del pulmón… ¡Qué muchacha más repugnante!

M.- Es ambiciosa pero bella.

D.- Esa zorra pelirroja llegará lejos.

M.- Cavidades más pequeñas…

D.- Cavidades más pequeñas se forman ya en una etapa relativamente temprana de la enfermedad. Federico va detrás de esa sirvienta.

M.- ¿Detrás de Lucy?

D.- Le sorprendí cuando se escabullía de su cuarto.

M.- ¡Qué cerdo! (Desirée ríe) Por eso parece tan deprimida desde hace unos días.

D.- Y además cojea.

M.- ¿Lucy cojea?

D.- Cuando una mujer no está a la altura de un hombre y se entrega a él, cambia hasta en su modo de andar. Por miedo, por obligación.

M.- ¿Y tú?

D.- ¡Bah! Hace tiempo que estoy harta de él.

M.- ¡Pero si estabais locamente enamorados!

D.- Cosas del pasado. Fue el primero que me demostró que un hombre sirve para algo. Me llegó hasta la punta de los dedos. Es la pura verdad. Federico no solo es fuerte sino que además tiene talento. Pero hasta de un virtuoso uno se cansa.

M.- Cuando no hay verdadero amor, el hartazgo es inevitable.

D.- ¿Llamas verdadero amor a lo tuyo con Buby?

M.- No lo subestimes.

D.- Siempre he creído que no tiene ni idea de lo que necesita una mujer.

M.- (Sonríe) ¿Qué necesita una mujer?

D.- Solo nosotras, las mujeres, sabemos lo que necesitamos. ¡Marion! Me gusta llamarte Marion, como a mi hermana. Esos fueron los mejores momentos de mi vida, cuando el aya nos daba las buenas noches, apagaba la luz, y se marchaba. Me metía en la cama de Marion y allí nos quedábamos, apretadas una contra la otra, nos besábamos y sentíamos el calor de nuestros cuerpos y sabíamos qué era. ¡Eso, eso era el calor de la vida! Desde mi infancia no volví a sentirlo.

M.- ¡Vamos, yo no soy Marion!

D.- ¿Por qué no podremos seguir siendo niñas toda la vida? Entonces tú no serías María, sino mi dulce Marion.

M.- ¿Te gustaría volver a la infancia?

D.- Añoro lo blando, lo cálido, ese algodón que nos protege.

M.- Yo no. Estoy contenta con el presente.

(Entra Lucy)

L.- Ahora te puedo ayudar.

M.- Trae un paño y algo para limpiar el espejo. (Sale Lucy)

D.- (Ríe) Cambio de mirada entre rivales.

M.- ¡Déjame en paz!

D.- ¿No observaste su mirada? ¿Por qué te matas trabajando?

M.- Quiero celebrar mi despedida en una habitación realmente limpia. Al fin y al cabo una no se licencia todos los días. Terminada la época de estudiante, hay que empezar en serio.

D.- Palabras huecas. Desengáñate.

M.- Cuando se las vive, las palabras dejan de ser huecas.

(Entra Lucy)

L.- Aquí tienes María.

M.- Gracias.

D.- ¿Vendrá hoy Federico?… Pregunto, nada más.

M.- Está quedando precioso, ¿verdad?

L.- Sí.

D.- Eres muy hermosa.

M.- Fíjate, Lucy, cómo brillará esto.

D.- Lo digo en serio, tienes unos ojos muy bonitos.

M.- Lo único que falta es música.

D.- Cualquiera podría enamorarse de ti.

M.- En una despedida de soltera, la música es indispensable.

L.- Yo puedo traer un pequeño equipo de música.

M.- ¡Eres un ángel!

(Sale Lucy, presurosa)

D.- ¡Ánimo, Lucy, en mí tienes una amiga!… ¡Pobre bicho!

M.- Sigamos. ¿Qué sucede con las cavernas mayores?

D.- Las cavernas mayores empeoran el cuadro del diagnóstico porque forman depósitos de pus… ¿Has visto cómo cojea?’

M.- ¿Los síntomas?

D.- Como síntomas de las cavernas, aunque casi nunca se presentan simultáneamente, se consideran: a) percusión, primero; resonancia timpánica, segundo; sonido metálico.

M.- ¿Éste último cuándo?

D.- Solo cuando la pared de la caverna sea lisa y tensa.

M.- Tener demasiado talento es una enfermedad. Para que el estudio nos divierta hay que matarse trabajando.

D.- Si pudiera escaparme del aula como huí de casa cuando tenía diecisiete años, todo sería más llevadero. Aunque en el aula estuviera sentado un padre severo que castiga los pecados con la fusta al tiempo que una pobre mamá indefensa llora a lágrima viva mientras se coloca el collar de perlas porque tiene que salir a toda prisa para el baile. ¡Si una pudiera volver a vivir todo eso! Solo la infancia es digna de ser vivida.

M.- Yo no quisiera volver a mi infancia. Mis padres se odiaban.

D.- Como los míos. Pero, Marion, también eso es divertido mientras uno es pequeño. Solo más tarde aprendemos a ver con claridad. Todos los seres humanos deberían matarse de un balazo al cumplir los diecisiete años. (María ríe) Después no hay mas que decepciones, y yo me escapé para eludirlas. Salí de casa con medias de seda. Una gabardina y los bolsillos vacíos. De modo que tú todo te lo has ganado a pulso: tus estudios, tus vestidos, tu habitación, tu amante…. ¿Por qué te esfuerza tanto?

M.- Yo encuentro hermoso lo que a ti te parece superfluo. Esa es la diferencia.

(Entra Lucy con una carta)

L.- Un señor ha traído esto. Espera afuera.

D.- ¿Me has oído, Lucy? Eres muy hermosa, no te dejes pisotear.

M.- (Ha leído la carta) ¡Rápido! No quiero que Buby le encuentre.

(Salen María y Lucy)

D.- (Tomando la carta) Una factura. ¡Así que Marion contrae deudas! (Entra en su habitación y vuelve con unos billetes que mete en el sobre)

M.- (Que vuelve alegre) Me libré de él. Le he comprado a Buby un escritorio barroco porque cree que en él puede escribir cosas más bellas.

D.- (Suelta una carcajada) Eres una idiota.

M.- (Descubriendo los billetes) ¿Tuyos?

D.- (La abraza impetuosa) ¡Mi querida Marion!

M.- No te lo acepto.

D.- Eres una idota. ¿Por qué? ¿Por qué estás enamorada de un hombre? Yo tengo que cuidar de ti.

M.- Estás loca.

D.- Loca por ti.

M.- ¡Suéltame!

D.- Solo nosotras, las mujeres, podemos ayudarnos unas a otras.

M.- ¡Suéltame, te digo!

D.- No te suelto, no te dejo. Solo si me prometes…

M.- (La rechaza) ¡No hablemos más de eso!

D.- ¡Marion!

M.- Te compadezco. (Se sienta y sigue cosiendo en el vestido) El segundo síntoma de la percusión, pues: sonido metálico, ¿y el tercero? (Desirée la mira y luego se dirige a su cuarto) Tu dinero, Desy.

(Desirée recoge su dinero y el libro. Se retira)

M.- (Va hacia la puerta) Debería darte vergüenza. ¡Ábreme! No quería hacerte daño. ¡Ábreme, Desy!
Escena 2ª, acto I: María, Federico, Desirée.

M.- (Nerviosa) ¿Tú?

F.- Tengo que ver a Desy. La otra puerta está cerrada.

M.- Ésta también.

F.- ¡No me digas!

M.- No te metas donde no te llaman. Nunca me has gustado, Federico. Prefiero ser franca.

F.- ¿El vestido para la promoción? Te felicito. (María no responde) En cinco años de estudio has logrado más que yo en diez. Sin embargo, algo tenemos en común.

M.- ¡Atleta!

F.- (Ríe) Los bárbaros del siglo XX, se preguntaba Nietzsche con toda razón. Aquí tienes uno.

M.- ¡Exhíbete en la feria!

F.- ¿Qué sería de la vida sin el hombre dominador?

M.- ¡Ahórcate!

F.- Tarde o temprano me llamarás.

M.- ¿De mañana y ya borracho?

F.- ¿Por qué no?

M.- ¡Atleta!

F.- De mi nadie se escapa. Pregúntale a Desy.

M.- Ella te desprecia.

F.- Pero no en la cama, querida.

M.- ¿Cómo te atreves?

F.- Deja que Bubi se vaya con Irene.

M.- ¿Irene?

F.- Esa cerdita estéril.

M.- ¿Con qué derecho llamas Bubbi a Otto?

F.- Me resulta muy simpático.

M.- Nadie ha pedido tu opinión.

F.- Es un soñador, un delicioso inútil. En el erotismo de cualquier mujer, él despierta la líbido.

M.- ¿Tienes algo más que decirme?

F.- Tengo comprensión para todo (Saca una botella) Felicidades.

M.- (Nerviosa) No era necesario.

F.- Exactamente. ¿Para qué necesitamos médicos en esta época ruin? Cuanto más destructora es la enfermedad, tanto más superfluos son los médicos. Sin embargo, tú has luchado para salir adelante… y también para ayudar a Buby. Aunque contra la desesperanza hay algo mejor que el trabajo.

M.- No creo que seas el más indicado para dar consejos.

F.- ¡Rebelarse! ¡Ser agresivo! Eso ayuda a superar todos los obstáculos. ¿Por qué no me aguantas?

M.- En eso no te equivocas.

F.- Esto es casi peligroso. (María ríe) Es peligroso odiar a alguien con tal intensidad.

M.- No te odio.

F.- Eso lo veremos.

M.- Eres un estúpido engreído.

F.- Por supuesto.

(Entra Desirée)

M.- Te acompaño hasta la universidad.

F.- ¿La señora condesa tiene examen?

D.- ¿Y a ti qué te pasa?

M.- Me llevo la chaqueta.

D.- ¡De mañana y ya apesta a alcohol!

F.- Me dejaste tirado.

D.- El consuelo no estaba lejos.

F.- El consuelo no vale gran cosa.

D.- ¿Me echas un poco de menos?

F.- A ti no se te olvida ningún hombre.

M.- (Impaciente) ¿Vienes o te quedas?

D.- (Ríe) ¡Por amor de Dios!

(Salen Desirée y María)
Escena 7ª, acto I: Alt, María, Irene, Petrell y Federico.

M.- ¿Alt? ¡Qué bien!

A.- Aquí está María.

F.- ¡Viva María!

P.- (En voz baja) ¿Es verdad lo que ha dicho Federico?

I.- ¡Cállate… ahora!

P.- ¿Está enamorada de mi?

I.- ¡Cállate!

A.- ¿Y Desirée?

I.- Por supuesto, aprueba con matricula, ¿verdad?

M.- La dejé haciendo el examen.

F.- No aprobar sería para ella, de todos modos, una buena noticia.

M.- ¿Por qué tan callado Buby? (se acerca a él)

I.- Lo de Desirée pesa sobre tu conciencia (A Federico)

A.- Algo hay que hacer en la vida.

I.- No se puede entrar en el quirófano con medias de seda.

F.- ¿Por qué no?

P.- Gracias por el escritorio.

M.- ¿Cuándo lo han traído?

P.- Esta mañana. Aún estabas durmiendo.

M.- Es bonito, ¿verdad?

P.- Muy bonito.

M.- ¿Estás contento?

P.- Hasta demasiado bonito.

M.- Ya te acostumbrarás.

P.- Sí.

M.- ¿Estás preocupado por algo?

P.- ¿?

M.- Escucha.

P.- ¿Qué quieres?

M.- ¿Por qué estás tan hosco?

P.- No pasa nada.

M.- ¡Habla de una vez!

P.- (Violento) ¡No me interrogues! ¿Vale?

M.- Te encuentro cómico.

P.- ¡Me hablas como mi madre!

M.- (Se ríe) ¡Vamos!

P.- Ya tuve bastante con mi madre.

M.- ¿Estás de mal humor?

P.- ¡Niño mimado de su amante… esto es el colmo!

I.- ¿Estorbamos?

F.- ¡Qué ocurrencia!

I.- Si queréis, podemos irnos.

F.- (Estalla) ¡Thalatta, thalatta!

M.- ¿Qué?

F.- ¡Thalatta, thalatta!

A.- Déjalo que se divierta.

F.- Es el grito de guerra de los griegos.

I.- Muy gracioso.

F.- Comienza la lucha.

M.- Delirium tremens.

F.- ¡Ocupen posiciones, con Bubi en el centro!

M.- ¡Déjate de tonterías!

F.- (A Irene) Vamos, pequeña, tienes que colaborar.

I.- ¡Cállate!

M.- ¿Qué es esto?

F.- Permítanme que les presente: a mi derecha (por Irene), la aspirante al corazón de Bubi.

M.- ¿Pero qué dice?

A.- ¡Está borracho!

F.- Habría que darle unos buenos azotes a esa muñeca estéril.

I.- No tengo por qué seguir aguantando a este majadero. (Sale con violencia)

F.- (Ríe)

M.- ¿Oa habéis vuelto locos?

P.- No se puede ir así (Sale deprisa)

M.- (Sorprendida) Pero… (Federico silba por lo bajo) ¿Qué ocurre aquí? (Sale)

A.- ¡Estarás contento!

F.- (Lo mira) Tú le caes más simpático (Sale)

M.- (Entra. Ríe) ¿Me lo puedes explicar?

A.- Siéntate a mi lado. (Ella lo mira con asombro) Ven.

M.- Voy a buscarlos (Coge el bolso y la chaqueta)

A.- Es inútil.

M.- No te comprendo.

A.- Déjalos que corran a donde quieran.

M.- Estarán en la calle.

A.- Tal vez también corren por la calle. (La tensión de María disminuye rápidamente) Ven, siéntate. Deja el bolso en la mesa. (Ella lo hace mecánicamente) La chaqueta también.

M.- (Se sienta. Pausa) Son imaginaciones.

A.- Ponte cómoda. Tenemos tiempo.

M.- Es demasiado insignificante para eso.

A.- Lo importante no es nunca causa de nuestra ruina.

M.- ¡Todo esto no puede ser verdad!

A.- Me echaron del hospital por darle morfina a un niño que iba a morir. Abrevié su agonía. Sufría tanto que le dí morfina en lugar de alcanfor. ¿Me escuchas?

M.- Morfina en lugar de alcanfor.

A.- Mi vida quedó deshecha, pero volvería a hacerlo. ¿Me entiendes?

M.- Volverías a hacerlo.

A.- Volvería a hacerlo.

M.- Volverías a hacerlo (Ríe) No, esto es una broma. (Alt la mira) Dime que no va en serio.

A.- Nada es serio en un muchacho como Petrell.

M.- ¿Debo arrancarlo de golpe de mi corazón?

A.- Me condenaron por homicidio por negligencia. Dos años en la cárcel. Tú habrías hecho lo mismo.

M.- ¿Cómo?

A.- Nuestra legislación penal es de locura.

M.- Me volveré loca.

A.- Vivimos de acuerdo con principios atrasados. Y no lo comprendemos. ¿Me escuchas?

M.- No lo comprendemos.

A.- No lo comprendemos.

M.- No lo comprendemos. (Risas) Ahora estarán juntos.

A.- Debemos volver en sí.

M.- Volver en sí.

A.- Despertar. Aferrase a otros seres humanos es una muestra de debilidad.

M.- Vivir con Federico es una muestra de fortaleza.

A.- Con plena conciencia de su yo.

M.- Con plena conciencia (Se ríe) Gimnasia rítmica. Estamos locos los dos.

A.- Ahora estás entrando en razón.

M.- Ahora estoy entrando en razón.

A.- Bórralo completamente de tu memoria.

M.- ¿Para convertirme en un animal, como Federico?

A.- Federico no es ningún animal.

M.- Un criminal.

A.- ¿No lo soy yo también?

M.- (Asombrada) ¿Tú…? Esa mujer está con él…

A.- Con él.

M.- ¿Con él? (Empieza a reír, con una risa que se torna cada vez más violenta) Y yo hace apenas una hora, estaba fregando el suelo de la habitación. ¿Para quién lo hice? Parece mentira. ¡Ríete conmigo! (Toma la botella que tiene delante y la arroja contra el espejo) Se acabó la habitación reluciente. Ahora es una pocilga. Vivimos en una pocilga. ¡Ríete conmigo!

A.- (Frenético) ¡Me río contigo!

M.- Vivimos en una pocilga.

A.- Vivimos en una pocilga.

M.- Hasta ahora, yo viví soñando. Idiota. Idiota. En la pocilga. ¡Ríete conmigo! Una idiota en la pocilga. Una idiota en la pocilga. ¡Ay, no te he oído reír! (Se desploma. Alt la sostiene y le acaricia el cabello)

Fin del primer acto.

Segundo acto.

Ruth Núñez en la obra «La enfermedad de la juventud»

«La Enfermedad de la Juventud»

(1926) de Ferdinand Brückner (pseudónimo de Theodor Tagger)

(Ruth interpretaba a María, puedes leer sus escenas aquí)

Fue la obra que encumbró a Ferdinand Bruckner, hoy en día considerado uno de los escritores de teatro más importantes de la república germana, y fundador del ‘Teatro Renaissance’ de Berlín. Aunque esta novela se dirige principalmente al público homosexual, el autor intentó sacar a la superficie las simpatías de los heterosexuales y liberales a favor de los injustamente perseguidos homosexuales. ‘Si esta persecución continúa, el homosexual puede convertirse en un peligroso renegado’ – como ya sucede de hecho en la novela de Arnolt Bronnen ‘Novela de Septiembre’ (1923)

Sus primeras obras, a pesar de todas sus deficiencias, son precursoras de sus trabajos posteriores, particularmente en su énfasis del destino de la juventud, víctima de una sociedad desorientada y decadente.

ARGUMENTO.
(traducido por Rilla, de una crítica a la representación en el Teatro Voce por Christopher Hoile – Toronto (enero del 2001) Original)

Lesbianismo sin tapujos, abuso de drogas, caída en la prostitución, juegos mentales psyco-sexuales… todos esos temas parecen propios de una película moderna. Pero todos ellos aparecen en ‘La enfermedad de la juventud’.

Es una obra con muchos niveles de contenido. No solo se trata de lo que ocurre entre un grupo de estudiantes de medicina, sino que es una disección de una sociedad sin dirección ni referencias entre las dos guerras, que produjo una generación oprimida por la confusión y la falta de objetivos.

Bruckner, como cualquier otro temprano expresionista, escribe diálogos concisos, con pocas palabras por línea. Esto era un intento de hacer los diálogos más naturales y, al denegar a los personajes la posibilidad de explicarse con largas disertaciones, quiere mostrar la imposibilidad de la gente de verbalizar sus caóticos sentimientos. No sorprende a nadie que los personajes se contradigan a sí mismos de una línea a otra.

La primera discusión en la obra es entre dos amigos que hablan sobre la tuberculosis, que simboliza la enfermedad de la juventud como algo incurable, caracterizado por una pérdida del cuerpo desde dentro hacia fuera. Mientras que se supone que los estudiantes están aprendiendo a curar a otros, en realidad se hieren entre ellos.

La acción de la obra sucede en la habitación de Marie, donde se van dando cita los distintos personajes.

PERSONAJES FEMENINOS.

Comparados con los papeles de los hombres, los roles femeninos son extraordinariamente complejos. El emblema de la enfermedad de la juventud es Desiree . Miembro de la aristocracia, experimenta un sentimiento de auto-desprecio que oculta tras una pose de ‘estirada’ y está neuróticamente obsesionado con la pérdida de la inocencia durante la infancia. Clama que todo el mundo debería pegarse un tiro a los diecisiete años para evitar las decepciones por llegar. Antes enamorada de Freder, ahora seduce a su amiga Marie. Desiree muestra acciones contradictorias con las que en realidad solo busca distracción para tapar su deseo de morir. Lucy, la chica de la limpieza, es otra de las protagonistas, una chica de campo que cae bajo la mala influencia de Freder, quien le hace creer que solo es una persona útil mientras se dedique a complacerle a él, y de esa manera corromper todos sus escrúpulos morales. Irene es la virgen que debido a su condición se siente orgullosa y superior a los demás, pero eso no impide que disfrute arrebatándole el amor de Petrel a Marie. Marie, por su parte, es el personaje principal de la obra, quien ve cómo su mundo se desmorona cuando Petrel, el hombre con el que piensa que se va a casar, prefiere a Irene. Envuelta en el cinismo de Freder y la seducción de Desiree, Marie, que representa a la generación perdida, gradualmente se va anulando y quedando a la disposición de cualquiera con una voluntad/carácter mayor que los propios – una acertada metáfora de lo que estaba por sucederle a Alemania.

PERSONAJES MASCULINOS.

Petrell , una vez estuvo enamorado de Marie – que fue quien le introdujo en la escuela de medicina – pero ahora, y sin rastro de culpa, está enamorado de la virginal Irene. Petrell es inteligente pero al mismo tiempo inconsciente del oportunismo y el daño que causa. Alt es el doctor que está retirado de la práctica por haber acelerado la muerte de un paciente con terribles dolores. Por ser una persona ‘inefectiva’, las chicas se burlan de él llamándole ‘abuela’ pero su posición fuera de los entresijos personales de la historia es lo que le da la única perspectiva objetiva y saludable de la misma. Lo que viene a decir, según Bruckner, que la única perspectiva sana del caos solo puede ser intelectual. El papel protagonista masculino más crucial es el de Freder , quien cínicamente juega con la mente de las cuatro mujeres de la obra, aparentemente solo para su propio entretenimiento. Les hace promesas y las engatusa con el sólo propósito de ver hasta dónde puede denigrarlas. Él clama que simplemente las hace cumplir el destino que les aguardaba, pero el hecho de que disfrute con la confusión de las mujeres le revela como un sádico emocional.

Interpretado en La Sala Triángulo. Dirigida por Rubén Ochandiano. Parte del reparto fueron el propio Rubén Ochandiano, Mauricio Bautista, Marián Aguilera y (creemos) Bárbara Goenaga.

Sobre Ferdinand Bruckner – Theodor Tagger nació en 26 de agosto de 1891 en Sofia, capital de la actual Bulgaria. Hijo de madre francesa y padre austriaco. Sus padres, quienes habian estado viviendo en Constantinopla, estaban de camino a Viena cuando nació.

Su infancia no fue una infancia feliz, marcada por un padre autoritario que quería que se hiciera un hueco en el mundo de los negocios; sin embargo heredó el amor al arte de su madre, que trabajaba como traductora. Cuando sus padres se divorciaron, su madre se casó de nuevo y se mudó a Francia con su segundo marido y su hijo. Tagger se hizo periodista independiente y escribió sobre literatura, filosofía y música. Durante años estuvo trabajando para una editorial alemana, trabajo que comparaba con una condena carcelaria.

Estudió piano en los conservatorios tanto de Paris como de Berlin. En 1916 descubrió el Expresionismo y vendió su piano para escribir. Tras la primera guerra mundial se volcó en el drama expresionista, con su satírico rechazo a la burguesia. Se casó en 1920 y en 1923 se mudó a Berlin, fundando con su esposa el ‘Reinassence Theater’, que aún existe. En él produjo y adaptó obras de diferentes autores. En 1926 Theodor Tagger fue aclamado por su obra ‘La enfermedad de la juventud’, y nunca más volvió a escribir bajo su verdadero nombre.